Manila

Hemos reservado antes de salir la primera noche en el Aseana Tuna Hotel, un hotel modesto de calidades occidentales y cerca del aeropuerto. Cerca en el cuanto a distancia, porque en cuanto a tiempo ha sido un infierno llegar hasta él. Manila es una enrome ciudad, el tráfico desde el aeropuerto hasta el hotel es muy lento. Quizás por ser viernes por la tarde. En todo caso es la primera vez y lo disfrutas viendo esas camionetas y triciclos característicos.

Check-in en el hotel y un cartel que ofrece masajes. Nada mejor que eso para empezar el viaje, así que ducha, masaje y a cenar.

Cenamos bacalao. Del bueno. Del que suena sin parar y no te deja hablar si no es a gritos. Hay que ver lo que les mola a los manileses la música discotequera a tope mientras cenan junto al mar. O eso o música en directo en cada restaurante.

El menú verdadero fue bastante contundente: pollo frito, arroz en cantidades industriales, cerdo al ajillo, “calamar frito”, que es como llaman aquí al calamar frito, y unos mejillones verdes que sospechosamente venían sobre conchas de ostras. Esto último sólo lo ha probado Carlos.

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Tras la cena un paseo por el área, que está a rebosar de gente y un helado raro de frutas y leche. Taxi y al hotel.